
Cierro los ojos y sólo logro recordarte como aquella última vez. Tu mirada lejana, distante, y tú sin poder entender las palabras quebradas que brotaban de mi boca. No tenías mucho que decir, así que no lo hiciste, simplemente a mi pedido, me rodeaste entre tus brazos y un dulce beso posaste en mi frente.
Aun al recordarlo, tiemblo de frío, tiemblo de miedo. Los ojos se me inundan de lágrimas que no pueden ser enjugadas; mis manos no encuentran lugar para reposar quietas, serenas. Eso lo conseguía sólo en tu presencia.
Angustioso mi pensamiento, pues el único ser en este mundo que puede acallar mis temores, enjugar mis lágrimas y tranquilizar mi alma, quien me ha inspirado a escribir, es precisamente quien no puede ni debe estar a mi lado.
En este silencio puedo escuchar tu voz, casi tan cerca, que he tenido que contenerme por no girar mi cabeza y buscarte. En segundos siento que estás cerca y vuelvo a mi realidad. ¿Recuerdas aquel beso, ese último beso? El que te robé después de desnudar mi alma ante ti. Todavía lo siento quemándome en los labios; yo, acunada en tus brazos, queriendo detener el tiempo para que ese día, nuestro último día juntos, no termine jamás.
Hasta hoy sólo tu recuerdo me acompaña. Sin embargo, la esperanza de encontrarte al doblar una esquina y ver de ti una sonrisa, sigue latente. Aun creo que es posible que la vida (aunque talvez no sea esta vida) nos regale una nueva oportunidad.
Sueño con pasear nuevamente de la mano por esos parajes que tanta paz te dan, escuchando el agua de algún riachuelo que cruza cerca y finas gotas de lluvia que mojan nuestros rostros, asemejándose a lágrimas que sólo pueden brotar por felicidad.
Quisiera no tener que escribir esto, sino podértelo decir; pedirte que hasta el día de mi partida permanezcas a mi lado. A veces pienso que la decisión de no verte nunca más fue demasiado prematura; hubiera preferido contar con tu compañía más tiempo, el necesario para poder marcharme sin sentir esta soledad.
Ahora no sé si he ganado o he perdido, no sé que es lo mejor para mi. Sólo sé que tengo mi alma desolada, mi corazón en llamas y la esperanza a flor de piel... Sólo sé que aun te recuerdo.
Thara.
Aun al recordarlo, tiemblo de frío, tiemblo de miedo. Los ojos se me inundan de lágrimas que no pueden ser enjugadas; mis manos no encuentran lugar para reposar quietas, serenas. Eso lo conseguía sólo en tu presencia.
Angustioso mi pensamiento, pues el único ser en este mundo que puede acallar mis temores, enjugar mis lágrimas y tranquilizar mi alma, quien me ha inspirado a escribir, es precisamente quien no puede ni debe estar a mi lado.
En este silencio puedo escuchar tu voz, casi tan cerca, que he tenido que contenerme por no girar mi cabeza y buscarte. En segundos siento que estás cerca y vuelvo a mi realidad. ¿Recuerdas aquel beso, ese último beso? El que te robé después de desnudar mi alma ante ti. Todavía lo siento quemándome en los labios; yo, acunada en tus brazos, queriendo detener el tiempo para que ese día, nuestro último día juntos, no termine jamás.
Hasta hoy sólo tu recuerdo me acompaña. Sin embargo, la esperanza de encontrarte al doblar una esquina y ver de ti una sonrisa, sigue latente. Aun creo que es posible que la vida (aunque talvez no sea esta vida) nos regale una nueva oportunidad.
Sueño con pasear nuevamente de la mano por esos parajes que tanta paz te dan, escuchando el agua de algún riachuelo que cruza cerca y finas gotas de lluvia que mojan nuestros rostros, asemejándose a lágrimas que sólo pueden brotar por felicidad.
Quisiera no tener que escribir esto, sino podértelo decir; pedirte que hasta el día de mi partida permanezcas a mi lado. A veces pienso que la decisión de no verte nunca más fue demasiado prematura; hubiera preferido contar con tu compañía más tiempo, el necesario para poder marcharme sin sentir esta soledad.
Ahora no sé si he ganado o he perdido, no sé que es lo mejor para mi. Sólo sé que tengo mi alma desolada, mi corazón en llamas y la esperanza a flor de piel... Sólo sé que aun te recuerdo.
Thara.
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