El Precio de una Apuesta

Siempre me gustaron las apuestas, esa adrenalina, esos nervios que sientes al saber que te juegas algo sin saber si ganas o no, son para mi un motor de vida. Esa es la razón por la que no visito los casinos, en ellos sé que podría llegar a perder hasta mi dignidad, si es que alguien la quiere poner en juego.

Hace algunos años, aposté con un amigo a que podía yo enamorar al huesito más duro de roer de sus amigos. El trofeo sería una botella de whisky Swing, aunque no soy muy fanática del whisky, me parecía un buen premio, dado que éste puede llegar a costar hasta $ 60.

En fin, yo no conocía a mi víctima, sólo sabía que no era fácil enamorarlo, que no tenía mucho pegue con las niñas, que no era del tipo coqueto, ni caballeroso, muy por el contrario, era de las personas que caían gordas a primera vista; sin embargo, sus amigos lo adoraban. En el poco tiempo que tuve para conocer a su grupo de amistades, hablaban muy bien de él, como que “es muy chistoso, ocurrido, siempre nos hace reír”, cosas así.

Me invitaron a una fiesta donde sabía yo que él iba a estar, así que me alisté para la ocasión. Tenía que verme bien para intentar llamar su atención; eso sí, debía ser discreta, no tenía que parecer una loca coqueta que salía de pesca.

Cuando llegué al lugar de la reunión, todo el mundo estaba esperándolo; él había estado fuera del país por algunos meses, y sus amigos estaban bastante emocionados y deseosos de saber como le fue en su viaje.

Después de unas cuantas horas, al fin apareció, todo el mundo salió a saludarle, a abrazarle, preguntándole como estuvo su viaje y demás. Yo no salí de mi asombro, hasta me quedé por segundos pasmada al ver quien era este individuo por el que casi todo el mundo armaba tanto alboroto.

Él era uno de los tipos que jamás me interesó hacerme amiga; lo había visto un par de veces antes, algunos años atrás, y siempre pensé que era un completo patán. Por decirlo en otras palabras, me caía pésimo. En ese instante vi perdida mi apuesta, pero sin embargo, decidí hacer el intento, no hay peor gestión que la que no se hace.

Mientras esperábamos que “el famoso” llegue, tuve la oportunidad de recolectar información acerca de él. Por ahí alguien comentó que se volvía loco con la Fórmula Uno, y otro más recordó cuanto le gustaba Frank Sinatra.

Cuando entró en la sala donde estábamos reunidos, por decirlo de buena manera, ni siquiera me vio, y si lo hizo, pues no me prestó atención, ni siquiera preguntó quién era la extraña sentada en el sillón. Una vez más empecé a pensar de dónde iba a sacar la plata para pagar la botellita de Swing.

Pasaron las horas y continuaba la fiesta, no había manera de que el se acerque a mi. Se la pasaba sentado en una silla, tomándose un trago, conversando con todo el mundo, tomándose otro trago, contando chistes que hacían revolcar de risa a todos sus amigos y por supuesto, tomándose otro trago.

Me di cuenta que el trago movía bien sus actos, ya que cuando se encontraba con la copa llena, gritaba: “Hey, ¿acaso no hay cariño en esta casa para el recién llegado? Así llegaba alguien y le llenaba la copa.

Fue ahí cuando llena de valentía, al verlo sin su “Licor Bendito” en las manos, me le acerqué y dije: “Parece que se han olvidado de nosotros, ya ni nos sirven, vamos a buscar un traguito”. “Claro”, me contestó y se levantó, “espérame aquí y te lo traigo”. Yo me quedé boquiabierta, él mismo me iba a buscar algo de beber, casi no lo podía creer. Y es que talvez no pasé tan desapercibida como creí.

Cuando regresó con dos copas en la mano, se sentó a mi lado, y empezamos a platicar. Le pregunté como se llama, que a donde había viajado, que si había sido por cuestiones de trabajo y demás estupideces para romper el hielo.

Ya daban casi las tres de la mañana, yo debía regresar a mi casa, estaba segura que mi mamá me esperaba con la zapatilla en la mano. Me levanté de su lado, después de casi dos horas de conversar de todo un poco, diciéndole, “me tengo que ir, ojalá y podamos volvernos a ver en otra ocasión” y me despedí con un beso en la mejilla. Le pedí a mi amigo que me lleve de regreso a mi casa, y me marché.

Al día siguiente me llamó mi amigo y me dijo que él quería volverme a ver, y que si podía llevarlo a mi hacienda, donde iba a estar reunida yo con mi familia en la carrera de caballos anual que organizábamos. Ja, punto a mi favor. Claro que podían ir, así tendría un día más para “jugar”.

No voy a alargar más el cuento, desde ese día nos vimos casi todos los días, por supuesto que usando todas mis artimañas, claro, a mi también me gustaba la Fórmula Uno, y me encantaba Frank Sinatra.

Gané la apuesta, cobré mi botella de whisky, me la bebí con mi amigo, tocando la guitarra y cantando en mi casa, frente a una hermosa fogata.

Seis meses después me casé con él, y ahora tengo dos preciosos hijos y vivo muy feliz. Y lo que comenzó como un juego, terminó como una linda historia para contar a mis nietos.

1 comentario:

Carlos dijo...

Si le gusta Frank Sinatra, tu marido es un verdadero tipazzo :)

Muy linda tu historia, parece de cuento, y que gusto que sigan juntos.

Realmente me emocionaste Thara.

Un abrazote desde UIO!